El terremoto del 15 de enero de 1944 en nuestra provincia dejó un rastro de devastación y desolación a su paso, cobrándose la vida de decenas de miles de personas. Sin embargo, miles más fueron llevados al Hospital Central de Mendoza, convertido en un faro de esperanza en medio de la oscuridad. En esta nota, recuperamos identidades perdidas respaldados en documentación de ese nosocomio.
En el corazón de la memoria colectiva de San Juan, se yergue la sombra del fatídico terremoto de 1944. El próximo año conmemoraremos el 80° aniversario del evento que marcó a fuego la historia de nuestra tierra. Como comunidad nos encontramos continuamente frente a esta tragedia del pasado, solo que esta vez, con una luz de esperanza que ilumina los rincones más oscuros de aquellos días.
Recordar el terremoto del ’44 es sumergirse en un mar de dolor, cuando alrededor de 10.000 personas perdieron su vida entre escombros y desolación. Miles de ellos, fueron a una fosa común, sus cuerpos incinerados y sus cenizas guardadas en un cofre que por largo tiempo permaneció en la iglesia de Santo Domingo, testigo de la tragedia.
Otros miles perdieron su identidad…
En medio de esa desesperada urgencia, emergió la solidaridad. Civiles, médicos, paramédicos y anónimos se unieron en un esfuerzo extraordinario para brindar atención y cuidado a los afectados. Se erigieron cordones sanitarios, vía carretera, aérea y férrea, que unieron San Juan con Mendoza, donde el Hospital Central de la vecina provincia se convirtió en un refugio de ayuda para los heridos y huérfanos.
El “tren de la vida” y los “vuelos de la vida” que iban y venían por ese corredor se convirtieron en símbolos de resiliencia y supervivencia, transportando a aquellos que lo necesitaban hacia un nuevo comienzo. Muchos de ellos, sin identidad ni familia conocida, encontraron un hogar en Mendoza, Córdoba o Buenos Aires, mientras otros regresaron a San Juan en la búsqueda de sus raíces, sus familias, su renacer.
En el umbral de un nuevo aniversario de aquel fatídico evento, el cofre que guarda las cenizas de las víctimas del ’44 tendrá un nuevo destino. El cinerario de nuestra Iglesia Catedral, inaugurado hace unos años, acogerá pronto este relicario de memoria, en un tributo eterno. Este acto simbólico no solo honra a las víctimas del terremoto, sino que también nos recuerda la importancia de preservar nuestra historia.
Este medio periodístico, con la intención de aportar luz, accedió a un gran hallazgo: las identidades perdidas. Gracias a un arduo trabajo de recopilación e investigación, se han descubierto nombres y apellidos de aquellos que fueron trasladados al Hospital Central de Mendoza. Bebés, niños, hombres y mujeres que una vez fueron anónimos, ahora son reconocidos y honrados en su memoria.
Se trata de un archivo olvidado, que adjuntamos en esta nota, que fue cuidadosamente resguardado en el Hospital Central de Mendoza, y se convierte en un tesoro invaluable: las identidades perdidas de aquellos que fueron víctimas de la tragedia.
Este hallazgo que revela nombres y apellidos, se traduce en historias de valentía, supervivencia y resiliencia que estaban al borde de perderse en el abismo del olvido. Cada nombre es un tributo a la vida, es un recordatorio conmovedor de la fragilidad de la existencia, pero también de la fuerza y la determinación del espíritu humano.
Este tesoro de identidades perdidas no solo nos conecta con nuestro pasado, sino que también nos desafía a mirar hacia el futuro con renovada compasión y empatía.
Así como el cofre conserva las cenizas de los fallecidos, muchas de ellas anónimas, el corredor humanitario logró dar destino a aquellos que podrían haber sido olvidados. En este nuevo capítulo de nuestra historia, honramos su memoria con cada nombre pronunciado, con cada historia contada, con cada vida recordada.
De aquellas cenizas, a las historias de vida; de aquellos escombros, a la ciudad de hoy; de aquellas ilusiones destrozadas, a los proyectos concretados; de la soledad, a la familia; de la orfandad, a la identidad.
“Yo soy Juan Carlos Rodríguez, soy víctima de ese terremoto. Tenía 1 año cuando fui llevado al Hospital Central junto a otros chicos y derivado a un centro materno-infantil. Ahí, una enfermera me adoptó y a los 21 años, después del Servicio Militar, regresé a San Juan y formé mi familia. Tengo 3 hijos, afortunadamente. Eso me ha servido de sostén para cicatrizar heridas. Todavía no sé quién soy, no tengo mi verdadera identidad. Nunca pude lograr conocer mis orígenes”. Juan Carlos Rodríguez, quien falleció sin conocer su verdadera identidad.
“A mi me conocen como ‘Don Coco’. Estaba en la puerta de mi casa con un hermano y con un vecino. Quedé aplastado por esas construcciones de antes sin hierro. Recuerdo a mi papá saltando entre los adobes de la casa caída. Tuvimos muy buenos vecinos que nos prestaron su fondo para armar carpas entre los parrales para poder dormir y refugiarnos de réplicas y lluvias. Nos llevaron finalmente a Mendoza, en tren de carga, inauguramos el Hospital Central. Estuve 4 meses enyesado del cuello hasta los pies, pero gracias a Dios la estoy contando. Volví a San Juan, a los años me casé con Yolanda y formé una familia con cuatro hijos“. Pedro Caputto, tiene 88 años y aún conserva su memoria intacta.
Escuchar la historia de Juan Carlos, de Pedro Antonio, de Rosa Haydee, de Teresa Juana, de Félix Fernando, y de tantos, a quienes a diario seguimos intentando dar voz a través de radio Antena 1, nos interpela de tal manera que hasta sentimos que el piso vuelve a moverse.
En medio del dolor y la tragedia, la humanidad siempre encuentra una manera de resurgir. Adelantándonos a un nuevo aniversario del terremoto del ’44, recordamos no solo la devastación, sino también la fuerza y la solidaridad que surgieron de las cenizas de la tragedia. Que estos nombres, apellidos, domicilios e historias perduren en nuestra memoria colectiva, como un recordatorio de la capacidad del espíritu humano para sobreponerse a la adversidad.
Archivo Hospital Central de Mendoza
*La foto principal que ilustra la nota pertenece al Archivo General de la Provincia de San Juan.